jueves, 23 de enero de 2014

No forzar a la Naturaleza

Propiciar las condiciones para que las plantas puedan desarrollarse con la mínima intervención.
Es así de sencillo: no hacer nada. Claro que poner en marcha un huerto requiere trabajo, pero una vez que tenemos el espacio acondicionado, con la permacultura el trabajo se reduce al mínimo. Veamos por qué:
-El permacultor observa su entorno, observa la naturaleza y se afana en no obstaculizarla. Ubica el huerto en la zona más idónea observando el sol y se dedica a favorecer la fertilidad del suelo mediante un acolchado de paja que permite una rica vida de insectos que fertilizan la tierra. Este acolchado también evita la erosión de la tierra y mantiene muy bien la humedad.
-El permacultor aprovecha todos los recursos que le ofrece la naturaleza, por lo que aprovecha muy bien el agua y recoge el agua de lluvia para poder utilizarla en épocas de sequía.
-En la permacultura no se desperdicia nada. Las plantas secas ayudan a fertilizar el suelo y se deja que los restos orgánicos se descompongan y se conviertan en compost fértil.
Estamos tan acostumbrados a intervenir, a pensar que sin la intervención del ser humano nada funciona, que nos parece hasta raro que esto pueda funcionar. La permacultura no es solo cultivar un huerto en colaboración con la naturaleza, sino adoptar un estilo de vida en armonía con ella, en el que los diferentes elementos (plantas, animales y humanos) se relacionan y cooperan.

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